por Victoria Verlichak
Buenos Aires, 2002
Las ideas anteceden y se anticipan a la técnica -aún cuando ésta es fundamental y de permanente exploración- en la vasta y diversa obra de Matilde Marín, una artista que eligió el silencio sonoro de la reflexión y la osadía para romper las fronteras entre las disciplinas artísticas que se superponen en su hacer. Reminiscencias privadas y públicas, instantes remotos e insondables, datos próximos y desconcertantes, son transformados por la artista en estampas, imágenes en movimiento, objetos, libros, cuyo significado será terminado de construir por el tiempo y las circunstancias históricas.
Cuando aún era una alumna de Bellas Artes en Buenos Aires y en Zürich, Marín -formada como escultora y hoy sinónimo del grabado contemporáneo en la Argentina- comenzó una experimentación con signos, materiales, técnicas, que no se ha detenido. La incorporación de nuevas tecnologías, en su caso es un honesto paso más allá de lo que ya estaba haciendo y se suma de manera natural al conjunto de su obra. Si su temprana travesía por América latina fue medular en la constitución de su pluralidad artística, su paso por Europa y los Estados Unidos aportó el refinamiento técnico y estético por la que es reconocida.
Poéticos y metafísicos, los “Escenarios” que ahora exhibe giran en torno a sus trabajos gráficos, fotografías y videos de los años Noventa. La obra pareciera aludir a la memoria interna del hombre que transita por los “escenarios” del juego, del mito, de la introspección y por los espacios arquitectónicos contemporáneos. Matilde pone en escena la tensión entre los materiales y la sensibilidad y contenida pasión que aprendí a valorar en ella desde hace casi treinta años.
Como instantes de una revelación, Marín despliega distintas vibraciones que corresponden a otros tantos períodos de su producción. Cada pieza pareciera hallarse aislada por un halo que silenciosamente la descubre y la pone a consideración del ojo del que mira. La falta de estridencias y de datos demasiado tangibles produce una sobrecogedora quietud que confirma presencias y promueve un diálogo entre el observador y lo observado.
La matriz del grabado
La obra de Matilde, donde los estilos se funden, las eras chocan, los signos se revelan, se resiste al encasillamiento. Trabaja a partir de la gráfica, utiliza sus códigos y arriba a objetos y grabados únicos y de edición. Su voluntad de cavar la huella del tiempo y de la memoria se puede hallar en toda su labor. Metafórico, el comentario de la realidad parece también estar presente.
En las piezas gráficas, construidas a partir de una desafiante y heterogénea lista de materiales, se puede verificar su audacia en la experimentación y su fascinación por el papel. Las obras invitan a infinitas asociaciones y trazan el mapa de su búsqueda por expresiones y territorios técnicos siempre nuevos, utilizando también, empero, destrezas que sobrevienen de edades inmemorables.
Entre los materiales protagonistas se incluye una pieza de zinc oxidado y golpeado. Es una letra “M”, que formó parte de la exposición “Uno/Uno edición variable”. Objeto autobiográfico, la plancha metálica es la matriz de esta serie de grabados. “M” por su nombre y apellido, madre y mujer.
Los metales también se hallan incluidos en “Paseo nocturno” y “Mirada nocturna”, series en donde la noche pareciera iluminar la desolación y los movimientos desesperados de sus habitantes marginales. Es evidente que Matilde encuentra placer en el contacto con las texturas, las temperaturas y los espesores de los elementos que manipula. Precisamente, esta es una obra exigente que ensaya combinaciones y trabaja el grabado como un objeto, reconociendo su jerarquía y su posibilidad de ser actual. El deleite no borra el drama, lo acentúa.
Libros del tiempo
Seducida por la permanencia de testimonios de la memoria del mundo y por lo que llega desde el principio de la historia, Marín a veces se asemeja a una arqueóloga que trabaja con las huellas que sobrevivieron siglos.
Mucho antes de internarse en “Mitos de creación”
Matilde considera que “Mitos de creación” fue un cierre y una apertura; un resumen del trabajo de esos años y el inicio de otra etapa que agregó tres nuevos libros. “La publicación de “Mitos…” fue como un punto de inflexión interno”. El bello libro-objeto tiene un símbolo maya en la portada y transita once leyendas de los orígenes extraídas de la mitología de los aztecas, incas, hindúes, esquimales. El disparador para este proyecto fue la leyenda Kogui (Colombia) que dice que “El mar era la madre, la madre no era gente ni cosa alguna, era espíritu de lo que iba a venir y ella era pensamiento y memoria”. La increíble fantasía y lógica inscriptas en esas tradiciones culturales fueron volcadas por Matilde en siete grabados originales, viñetas y ornamentos, sobre papel hecho con fibras naturales, mezclado con tierras, hojas y plumas.
La misteriosa atmósfera recreada por Marín en “Mitos…», resumida en las palabras del Códice Matricense que aluden a “la historia que las canciones cantaban en cierto tiempo y que ninguno puede recordar ahora”, seguramente la acercó a los mundos problemáticos de Jorge Luis Borges. La condición ilusoria del ser y los conflictos en relación al tiempo eterno y resbaladizo, ese otro laberinto del universo fantástico del original y filoso escritor, le sugirieron el sensible homenaje que plasmó en un libro de 1998.
Su vínculo con los clásicos la llevó a reflejar “La tempestad” de William Shakespeare en una serie de imágenes en donde para hablar del agua -que arrojó encrespada a ciertos viajeros a una isla distante-, en un juego antagónico, la artista acudió al fuego. En esta transposición, Matilde se apropió de la frase “Work the peace of the present” (Trabajar la paz del presente), persiguiendo capturar algo de la universalidad del poeta y adhiriendo al deseo de Próspero de trabajar por la elusiva “paz del presente”.
Transición a la fotografía
El acercamiento de Matilde a la fotografía y el video se vincula estrechamente al uso que siempre hizo de la gráfica, un medio más accesible y popular. El historiador norteamericano de arte Leo Steinberg afirma que la obra gráfica ha sido “el sistema circulatorio de las ideas en el arte”, creando imágenes que hoy cruzan las barreras del tiempo, el idioma y la cultura y que en el futuro quizá sirvan de mensaje frente a las grandes discontinuidades de la historia. Steinberg sostiene que éste es precisamente el papel que actualmente cumple la fotografía.
Primer idioma del hombre, antiguo territorio de lo sagrado, el juego se pone serio en la fotografías de “Juego de manos”, que apelan a los sentidos. La artista capturó los gestos de sus propias manos remedando un antiguo juego indígena, que en su mudez anuncia la conmoción de lo desconocido. Los hilos se tocan, se enredan y se alejan. En su ir y venir, modifican estructuras y tejen una trama que parece abrigar el deseo y la emoción.
El juego es siempre un riesgo, nadie conoce su desenlace. ¿El juego es como la vida? Estas serigrafías fotográficas expresan un espacio al que cuesta acceder. Una imagen congela un instante único. Es un momento verdadero, pero engañoso porque ya no es. Nada es inalterable. Todo se escurre como la arena entre los dedos, aún cuando los colores sepias de las fotografías anuncien la ilusión de lo eterno. Como los trazos dejados por antiguas civilizaciones en el desierto peruano, las líneas de las manos invitan a pensar en las marcas del tiempo.
En las fotografías de “Juegos iniciales” las mismas manos son retratadas e intervenidas por los dibujos de la artista, que aparecen como marcas indelebles de luz. Francas y armoniosas, por momentos las manos parecieran contener la traza de la rayuela o del campo para un juego del que sólo Marín conoce las reglas. ¿Son contornos que proyectan la permanencia o recrean la fugacidad? ¿Qué se esconde detrás de estas disímiles e incandescentes geometrías? ¿Su fulgor está por desvanecerse o indica el comienzo de ideas que prometen el inquietante estremecimiento de la poesía?
___