Hace rato que Matilde Marín rompió los moldes y estiró los límites del grabado en busca de las huellas del tiempo con las que edificar la memoria del hombre. Reminiscencias privadas y públicas, históricas e inmediatas -que hunden sus raíces en instantes remotos e insondables, próximos y desconcertantes- son transformadas por la artista en objetos de arte.
Los materiales y los colores son transmutados invariablemente por la experiencia y los usos que ella les asigna. Como una maga, Matilde mezcla sustancias, reelabora colores, fabrica papeles para crear infinitas asociaciones con las que trazar una senda de búsqueda siempre nueva, utilizando empero destrezas que sobrevienen de edades inmemorables. Los materiales son protagonistas. Metales como el aluminio, bronce, cobre, zinc, mármoles, maderas, telas, finos papeles japoneses o de fabricación propia, conforman una desafiante y heterogénea lista.
Sugerentes y suaves, los singulares colores -con intensidades salpicadas- que emplea apenas disimulan la contradictoria inocencia del blanco, revelan la profundidad del azul, insinúan la contundencia del rojo, proponen la calidez constructiva de la terracota. Matilde suele esparcir los pigmentos, mezclados previamente por ella, dejando que el azar los asienta como polvo de los siglos que buscan un lugar. Es evidente que encuentra placer en el contacto con las texturas, las temperaturas y los espesores de los elementos que manipula. El deleite no borra el drama, lo acentúa.
Matilde es una artista conocida especialmente por su innovador trabajo con el grabado, con el que se siente en deuda. Por eso quiere que se reconozca su jerarquía, su posibilidad de ser actual.
En estos días dirige sus esfuerzos hacia la creación de un ámbito de actualización técnica y teórica destinado a los menos prejuiciosos, donde pueda florecer la “gráfica contemporánea”, el nombre y destino del nuevo espacio. Actualmente su trabajo se ha ampliado a la fotografía y el video como una continuación de su trabajo gráfico.
Esto es lo que quiero hacer
Aunque se la conoce primeramente como grabadora, las piezas únicas realizadas con papel hecho a mano -a los que otorga tridimensionalidad- y materiales no convencionales -madera, piedra, metales, objetos precolombinos- revelan que la formación que Matilde tuvo como escultora no se perdió en el camino. En “Uno/Uno”, su última individual en Buenos Aires, presentó un conjunto de obras que rodean a una letra “M”, de zinc oxidado, que les dio origen. Objeto autobiográfico, la plancha metálica es la matriz del grabado. “M” por cuatro: por el nombre, el apellido, por la mujer. “M” de madre, el principio.
“Al comienzo, hice algo de escultura, pero me deslumbré al entrar en contacto con el grabado y sus posibilidades. Yo estaba buscando algo distinto. Al poco tiempo de salir de la escuela vi una muestra de Martha Gavensky, en una galería de la calle Viamonte que tenía una librería abajo y que ya no existe. Me pareció tan genial que dije: ‘esto es lo que quiero hacer’. Marta tenía una posición de apertura hacia las nuevas técnicas. Acababa de volver de los Estados Unidos, donde estudió en el Pratt Institute de Nueva York y trabajaba con fotograbado. Gavensky, claramente, me impactó. Era una persona múltiple: grabadora, dramaturga, periodista. Muy amiga de Alberto Greco, se le parecía enormemente. Por el Pratt pasaron muchos artistas latinoamericanos -José Luis Cuevas, Rodolfo Abularach, Myrna Báez- porque el instituto tenía una visión nueva del grabado. Lamentablemente, en la Argentina el Pratt pasó inadvertido, quizás por eso el grabado aquí careció de actualización técnica y amplitud de mirada. Gavensky me influyó decididamente. Cuando se instaló nuevamente en Buenos Aires, fui a trabajar dos años seguidos a su taller. En realidad, más que ir a trabajar iba a mirar, ella era efectivamente tan caótica que era imposible estudiar, ser su alumna. Entonces yo me limitaba a observar cómo trabajaba y aprendía mirando. Creo que ella no tenía conciencia de su potencia y visión. Fue una artista con demasiado talento desperdiciado por ella misma. Otro artista que me ayudó a volar con libertad fue Fernando López Anaya. Aunque no fui su alumna, fue muy importante en mi educación porque supo mostrar una posición muy amplia hacia el grabado. Me impulsó a investigar la producción del papel hecho a mano, al ensayo y la prueba. Estas fueron personas que, sin saberlo ni ser conscientes de ello, me movilizaron y abrieron las puertas de mi mente”.
Precisamente, una de las marcas registradas de Marín es su lucha contra las fronteras y el creciente tránsito entre las disciplinas -grabado, pintura, escultura- que a menudo se superponen en su última obra. Cuando aún era alumna de la Escuela Nacional de Bellas Artes, comenzó una experimentación con los signos, los materiales, las técnicas, que, lejos de concluir en receta alguna, aún no se ha detenido.
Victoria Verlichack
Fragmento del capitulo “Ensayo y Prueba”
dedicado a Matilde Marín en el libro
En la palma de la mano / Artistas de los ochenta
Buenos Aires, 1996