El manto de Próspero (1996-2013) también alude a un viaje, pero aquí se trata de un viaje signado por contratiempos y condenado al naufragio: es el viaje del exilio, del cual el protagonista principal -en La tempestad, de Shakespeare- emerge dispuesto no sólo a sobrevivir sino a torcer en su favor las fuerzas del destino. Para ello, se vale de un dispositivo mágico: un manto que le confiere invisibilidad y, con ella, poderes especiales que cultiva hasta dominarlos con maestría. Escapar a la vista de los demás y al mismo tiempo verlo todo es atributo de los dioses. Cumplido su plan -restituido el orden perdido y asegurada la felicidad de su hija-, Próspero abandona su manto. Éste, privado ya de sus facultades, es simbólicamente recuperado por Matilde Marín: en sus manos se revela potente y delicado, rojo de pasión en su cuerpo ligero -hecho de escamas de tiempo que reaccionan al mínimo estímulo-, capaz de conjurar calamidades cósmicas y pasiones individuales, no ya por arte de magia sino en virtud de su extrema belleza.(1) Podríamos decir que Itinerarios es también un manto, pero hecho de sombras que perforan la imagen, así como el de Próspero exhibe perforaciones en su frágil materia.
Adriana Almada
Fragmento del texto curatorial para la exposición Matilde Marin “Arqueóloga de sí misma”
Fundación OSDE, Espacio de Arte
Asunción, Paraguay, 2017
1. El manto de Próspero es parte de la serie Muros que Marín desarrolló entre 1996 y 2013. De formato monumental, estos “muros” están constituidos por cientos de pequeñas hojas de finísimo papel hecho a mano, ligeramente perforadas y dispuestas sobre un tejido invisible.