Las obras de Matilde Marín evocan formas de paisajes que podrían ser imaginarios, pero también alterados y manipulados por la actividad humana, podrían situarse en Venezuela, Suiza o los Estados Unidos, todos los lugares donde ella ha vivido y trabajado como artista.
Actualmente ella vive y trabaja en Buenos Aires, Argentina. Mientras que los paisajes están cambiando eternamente para Marín es la intensidad y la velocidad radical de ese cambio, y la largamente inobservada naturaleza de ese cambio que sirve de punto de partida para su reciente práctica artística. Marín se posiciona en relación al paisaje como una testigo silenciosa. Sus obras de foto y video – capturan distancias, un silencio aparentemente eterno en medio de esos paisajes que ella reconfigura en arte, expresando este sentido de sí misma en medio de un aparente vacío del ser y de los otros ya sea como una serie de foto-obra secuencial o como documentos singulares, así también se plantean los videos que le han merecido reconocimiento internacional.
Como arte, estas obras son una experiencia de reconstrucción a las que Marín se refiere como “la poética de lo real». En realidad, es lo físico en el microcosmos o el macrocosmos que provoca una energía universal y que se manifiesta en todo el mundo, en la naturaleza, en nosotros mismos cuando estos fragmentos de visión se transforman en una experiencia al que conscientemente llamamos paisaje.
Los matices en las fotos son el paralelo de las sutilezas existentes en estos ambientes de la vida real.
Marín dice:
«Mi más reciente obra es un viaje por el río Rivadavia en el sur de Argentina, el cual está preservado por lo tanto mi obra es un registro de lo que debería seguir existiendo. Creo que este es el momento para tomar conciencia de nuestro medio ambiente y de las formas de evitar su destrucción. Lo llamó el tiempo de la sensibilidad, pero a veces estoy de acuerdo con el filósofo Guatari, siento que esta posibilidad es muy difícil de alcanzar.»
Mientras estas obras podrían compararse a varios fotógrafos Norteamericanos tales como Ed Burtynsky, Mark Ruwedel, o David Maisel por la austeridad de los espacios que documentan, las obras de Marin tienen un claro acento Sudamericano, por lo que apenas distan de ser un documento en bruto puro hacia una poética de espacio, lo cual es cautivante. También une la imagen a un vocabulario gestual que es íntimo, encantador e internalizado aún cuando la evidencia es externa y extemporal.
Muy visual, el arte de Marín usa la distancia que tenemos desde un tema para engendrar un sentimiento acerca de lo que realmente es el paisaje o como puede potencialmente ser concebido.
Estas obras son ciertamente sobre la naturaleza, pero la naturaleza aquí se convierte en un hito, una presencia que todo lo consume, como lo fue para Ansel Adams, por ejemplo. El artista es un testigo itinerante de todo infundiendo lo que no está ordinariamente registrado o encapsulado en forma de arte o video.
Itinerarios, producida por Marín en varias áreas de Sudamérica, abarca grandes zonas despobladas que son transversales y desacomodadas, finalmente intensas en su belleza,
Estos no son los paisajes que buscamos sino los que llaman a la contemplación. ¿Quién es testigo de que? ¿Y cuándo y dónde están estos lugares? ¿Son en última instancia el producto de una conciencia, de una estrofa histórica reformulada infinitamente en sí misma?
Ya que percibimos una aparente eternidad arcaica en esta obra, llegamos a cuestionar lo que la evidencia verdaderamente es o puede potencialmente ser. Los ambientes entonces se transforman en pasos que nos sobrepasan y aún trascienden nuestra presencia humana.
John Grande
Ottawa, Canada, 2008