Si en algún momento de nuestra vida imaginamos el fin del mundo, muchos lo hicimos esperando que llegara sonoramente. Pero en enero de 2020, algo invisible y mudo comenzó a expandirse por el planeta, y nos llenó de sorpresa y silencio.
Por entonces, la humanidad se encontraba discutiendo el calentamiento global, la renovación y afirmación de los movimientos feministas y otros asuntos vitales de nuestra contemporaneidad, visualizando un futuro del cual tan sólo conocíamos sus contornos.
Hoy miramos el cielo intensamente celeste, como hace años no disfrutábamos, encerrados en nuestras casas, cumpliendo cuarentenas de diversa duración, según el país y el continente. Nosotros, dentro, y la naturaleza, tomando el mundo, ocupando rápidamente su antiguo espacio.
Los canales de Venecia, transparentes; el cielo de Lima, sin nubes. Los cóndores bajan a la ciudad en Santiago de Chile; las aguas del lago Titicaca, en Bolivia, vuelven a ser azules. Me pregunto si el lugar que habitamos necesitaba un paréntesis.
Algo cambió bruscamente e hizo que toda la información girara sobre el planeta, y también sobre los muertos, sin imaginar que los países vivirían una dramática situación humanitaria. La globalización se hizo presente de una manera intensa. El antiguo efecto CNN (la noticia al instante) realizó su trabajo: las noticias diarias tienen sus perfiles definidos y condensan los temores y amenazas de este momento tan inusual.
Mientras el Covid-19 se sigue desplazando de manera planetaria a su antojo, pienso que quizás es momento de ciertas utopías que alimenten una transformación profunda en el planeta. Aunque hoy es difícil hablar de utopías, de cambios de valores en este agitado y silencioso mundo, vuelve a mi mente un texto del escritor uruguayo Eduardo Galeano que describe en pocas palabras sentimientos, sensaciones, necesidades, fantasías, ilusiones e interrogantes inherentes al género humano:
Ella está en el horizonte.
Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos.
Camino dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.
Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía?
Para eso sirve, para caminar.
Y mis interrogantes van hacia el modo en que narraremos el tiempo presente y lo que elegirá el mundo… El porvenir no puede ser el pasado. La falta de ética puede desembocar en el exterminio. El Covid ha comenzado a generar una crisis en nuestra civilización. ¿Cómo ser y estar en el mundo? ¿Cómo sigue esta historia? ¿Cómo continúa este proyecto?
Como artista visual, a través de mi producción, siempre me ha interesado tomar posición frente al mundo, ya que el arte es una manera de hacer mundos. Ahora veo mundos cruzados por la historia y por la actualidad, en un destino que sigue siendo inquietante.
¿La era posmedia que se anunciaba en el arte hace unos años, en realidad, era esto?
La creación en tiempos de pandemia se reinventa y se cuela en la imprevisibilidad de la vida cotidiana. Pienso que, en este punto ciego de la historia, quizás el arte debiera regresar a sus orígenes vitales de deseo y pasión por la creación.
Veo que rápidamente los artistas han estado presentes en este intenso episodio de la humanidad, adaptando cada disciplina, moldeando y otorgando visibilidad a un mensaje de acompañamiento que circula por todo el mundo desde las redes sociales. La realización de programas artísticos independientes e institucionales nos ha permitido entrar en sus casas mientras siguen bailando, cantando o creando.
Y ya no se trata de profesionalismo, eficiencia y seguridad exclusivamente, pues es sabido que, en su génesis, el arte siempre ha logrado manifestarse frente a los dogmas y la rigidez de los fundamentos. Hoy, finalmente, se trata de riesgo, de resistencia y adaptación, pues el arte siempre persiste.
Esta pandemia ha reabierto heridas importantes que tardarán en ser cicatrizadas. Hoy todo es demasiado frágil y dinámico, y el impacto no afectará de la misma manera a todos. Aún flota en el mundo el interrogante de cómo será la convivencia futura entre nosotros, entre países; si habrá una regresión nacionalista…
En este momento en mi estudio, en cuarentena, acuden a mi memoria frases de lecturas lejanas y un fragmento de la novela Historia de dos ciudades, de Charles Dickens, que captó especialmente mi atención durante mis años de infancia:
Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos,
la edad de la sabiduría y también de la locura;
la época de las creencias y de la incredulidad;
la era de la luz y de las tinieblas;
la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación.
¿Cuánto tiempo durará este interregno? ¿Quién lo sabe?
Matilde Marín
Buenos Aires, 12 de mayo de 2020